sábado, 7 de agosto de 2010

Incontinencia fonográfica


Cuando paso revista a los viejos e innumerables boletines comerciales que acumulo en alguna abultaba y perdida carpeta digital, pienso en la gran cantidad de cds que dejé de comprar en su momento y de los que ahora debo esperar una posible reedición en formato de precio medio-bajo o bajo. No suena tan mal, si sabes esperar, claro. Tengo amigos que sufren de incontinencia fonográfica y llegan a pagar sumas absurdas por la edición original del disco rastreado. Y de segunda mano, muchas veces. En Santiago se puede acceder a ello. Me refiero a discos de segunda mano y a precios absurdos, con el agravante de que te los venden como su fuesen nuevos. Es fácil dar con esa disquería, si hasta le hacen mención en algunas revistas. Antes existía una sucursal en providencia, en un patio famoso. Ahora, sólo cuentan con un local, en el centro de nuestra ciudad, en un barrio turístico. Yo, lo reconozco, compré alguna vez ahí, luego del descuento que tuve que exigir, claro. En esa oportunidad no fui capaz de esperar la (obvia) reedición que luego pude ver en internet y a una, no exagero, quinta parte de lo que pagué en esta disquería. Es que también, lo reconozco, sufro de incontinencia fonográfica. Pero a veces, sólo a veces. Con el tiempo, he ido aprendiendo a tener calma con la compra de discos, al igual que con la adquisición de libros. A modo de ejemplo, esta semana recibí varias de estas tan apreciadas reediciones. Supe esperar y me vi gratamente premiado, porque escucho con particular atención y la más grande de las sorpresas una antigua grabación rescatada por Explore Records, un pequeño sello inglés dedicado al repertorio menos frecuentado del jazz y la música “clásica”. En este caso, son las seis sonatas para cello del multifacético veneciano Benedetto Marcello, que se registraron originalmente para L'Oiseau Lyre, en LP y a fines de la década del setenta, y que ahora relucen con nueva portada en una edición que tiene pocos años. Anthony Pleeth, frente a un instrumento según un modelo Stradivarius de 1732, es acompañado por el gran Christopher Hogwood (clave) y Richard Webb (chelo). ¿Cuándo dejamos de escuchar las imprescindibles lecturas de aquellos pioneros del historicismo? En la simpleza de un formato que no supera los ocho minutos, y con los cuatro característicos movimientos lento-rápido-lento-rápido de la sonata del maduro barroco, Marcello pintó a través de un lenguaje que nos es sumamente familiar, con recursos típicos y esperados incluso, seis cuadros sonoros sin mayores pretensiones, pero de trazos firmes, seguros. Y es en este marco, el de un estilo claro y preciso, que la recreación de las tonalidades pictóricas y musicales de esas miniaturas no pide más de lo que una mano sabia debe otorga a tan límpidas y perfectas melodías. Una música que no requiere más que una elegante elaboración del basso continuo. La música en su esencia, sólo eso. Pero creo que estamos demasiado enceguecidos con la parafernalia actual como para saber reconocer y poder apreciar la belleza contenida en la sencillez misma. Mucho renombre forzado, mucho Jean Christophe Spinosi, exceso de Christina Pluhar y demasiado Jordi Savall. Se encargaron sistemáticamente de redecorar con alardes y desmesuras de todo tipo un repertorio que no lo necesitaba. De mal educar a un público propenso a la pirotécnica superflua. De ahondar con insistencia en lo radicalmente opuesto a una interpretación filológica. Yo, desde hace un buen tiempo, me alejé de esas delirantes lecturas y me refugio, ahora, en la calidez que me ofrece un simple y elocuente chelo barroco bien tañido. Con cuerdas de tripa, siempre. Siempre.




1 comentario:

  1. ¡Qué buen texto, Pablo! Suscribo cien por cien. Todo todito todo. Besazo.

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